dijous, 12 de febrer del 2009

Una vella polèmica resolta per la ciutadania: podia València dedicar un museu a la Il·lustració?


El 17 d’octubre de 1999 l’escriptor valencià Martí Domínguez publicava, en el suplement Comunidad Valenciana del diari El País, «Eruditos versus ilustrados», un article sobre els debats existents al voltant del caràcter «il·lustrat» o no dels personatges valencians i espanyols habitualment classificats com a pertanyents a la Il·lustració dihuitesca.
Com a resposta a l’esmentat text, Marc Borràs i jo vam publicar l’1 de novembre de 1999 (també en el suplement autonòmic d’El País) «El nuevo Marañón».
Finalment, el 23 de gener de l’any 2000, i en la pàgina 8 del mateix mitjà que havia acollit la polèmica anterior, Miquel Alberola va signar una entrevista realitzada a Martí Domínguez: « "En algunas cosas, Cavanilles era un chorizo"». Però encara que Marc i jo haguérem desitjat contrarestar per escrit la percepció ―negativa― que Domínguez hi manifestava de nou sobre el projecte del Museu de la Il·lustració, no haguérem pogut: un superior jeràrquic ens havia deixat clar, després de llegir la rèplica del novembre anterior, que nosaltres no havíem de participar en més debats mediàtics... ni activar-ne cap. Chitón, doncs. Més quan jo ja no seria director del Museu Valencià de la Il·lustració, MuVI, sinó sotsdirector del Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat, MuVIM.
Han passat molt anys. I la polèmica entre Martí Domínguez i nosaltres sobre l'oportunitat de bastir a València un museu dedicat a la Il·lustració, i més enllà de la nostra creença d’haver «guanyat» dialècticament aquella pugna en l’any 1999, s’ha resolt de facto: l’han vingut a resoldre les moltíssimes persones que, des del dia 2 de juliol de 2001, han visitat l’exposició L’aventura del pensament, nucli dur del(s) projecte(s) museístic(s) del MuVI(M). Martí Domínguez havia dit que construir un Museo de la Ilustración en una ciudad que es prácticamente analfabeta parece un contrasentido, i les xifres desmentixen per golejada la seua asseveració: fins el moment, després de més de set anys i mig d’obertura al públic (llevat dels dilluns, dels diumenges de vesprada i de 3 o 4 dies festius a l’any), han pogut organitzar-se desenes de milers dels grups que entren cada mitja hora i compten amb un màxim de 20 persones. Fins 14 sessions per dia.
Podeu fer càlculs i, després de descomptats els turistes, comprovar que parlem de centenars de milers de ciutadans «nostrats»: la ciutat de València ―i la societat valenciana en general― no ha resultat tan analfabeta com Martí Domínguez la suposava fa més de 9 anys. I la nostra aposta per dedicar un espai a la Il·lustració històrica, i a les etapes anteriors i a les subsegüents, s’ha demostrat tot un èxit i, atenent als continguts de l'exposició, hauria pogut funcionar igualment de ser cert que a València, en el segle XVIII, no vam tindre «il·lustrats». Però no es tracta només de xifres, ni de bon tros: també hem de fixar-nos ―molt i moltíssim!― en els constatables efectes del discurs de L'aventura del pensament sobre els seus usuaris, i ací fins i tot Martí Domínguez (tan reaci en aquells temps al projecte) podria coincidir joiosament amb nosaltres.
En qualsevol cas, crec que la lectura de les fonts d'aquella polèmica ha de resultar, ara, ben profitosa, i al respecte també he d'afegir textos de Vicent Llombart i d'Ernest Lluch que el 31 d'octubre de 1999 i el 25 de juny de 2000, respectivament, també terciaren ―de manera esplèndida― en el gran debat sobre la Il·lustració en general i la valenciana en particular. L'article de Vicent Llombart, publicat un dia abans que el nostre, era desconegut de nosaltres quan procedírem a redactar el text, i el d'Ernest Lluch ja va publicar-se quan no podia esperar-se de nosaltres cap ressò públic:

1. «Eruditos versus ilustrados» (Martí Domínguez, 17 d'octubre de 1999):

El poeta y humanista francés Du Bellay escribía: "A veces estando cerca de la tumba de Aquiles, decía a gran voz: "Feliz adolescente que encontraste tal voceador de tus méritos". Y en verdad sin la divina musa de Homero la misma tumba de Aquiles hubiese ocultado, también, su fama". Y es cierto, la fama no siempre depende de los propios méritos, sino que a menudo va indisolublemente unida al testimonio de un biógrafo, de un voceador, que la pule y delimita, y que finalmente le da una dimensión humana. Sin James Boswell, Samuel Johnson se nos diluiría en un sin fin de ensayos eruditos, y sin Frank Harris, Oscar Wilde no sería nuestro Oscar, sino el de la prisión Reading. Una biografía no es un estudio, ni una reflexión, ni un ensayo sobre la obra de un escritor: una biografía, como el término ya indica, está para dar "vida", para resucitar del farragoso paso del tiempo la epopeya humana de un autor. Sin André Maurois, o sin Jean Orieux, Voltaire no estaría tan vivo entre nosotros, o sin Michel Crouzet, Stendhal sería poliforme como sus obras, pero inalcanzable como ser humano.Y quizá sea eso justamente lo que le falta al trabajo de Antonio Mestre Don Gregorio Mayans y Siscar: entre la erudición y la política: una intención más explícita de divulgar, de vocear, la vida del autor. Porque, sin duda, era necesaria una biografía sobre Mayans (al igual que lo es sobre Cavanilles o Jorge Juan), pero ésta debería haberse enfocado desde la visión más personal y humana del autor. Un trabajo de corte académico, como el que nos propone Mestre, resulta de indudable valor para los especialistas, pero ofrece escasas oportunidades a un lector sin intereses a priori. La vida de Mayans, del solitario de Oliva, aparece desdibujada por un sinfin de datos, comentarios y notas de la más alta erudición, y echamos de menos conocer más detalles de su esposa, de sus hijos, de los problemas de herencia con su hermano, de la vida en Oliva en el siglo XVIII. En fin, encontramos a faltar más ilustración y a sobrar tanta erudición.
Claro, que eso mismo ocurre en la obra de Mayans. Entre sus obras no hay ninguna de acceso medianamente fácil al público. Desde sus biografías piadosas hasta sus cartas latinas, el tono se aleja conscientemente del lector común, lo que en cambio no sucede con el padre Feijoo. Es curiosa e interesante la enemistad entre ambos, y se entiende fácilmente: Mayans era un erudito, mientras que Feijoo tenía vocación de ilustrado. El mismo Antonio Mestre lo sugiere: "La gracia, el ingenio y la habilidad de Feijoo lograron el fruto ansiado por medio del ensayo. En cambio, Mayans quería seguir el progreso por medio del trabajo metódico y sistemático aplicado a las letras humanas e historia. En consecuencia, buscó otro lector". ¿Qué lector? El lector de erudición suficiente, que pudiese aprehender (iba a escribir, deglutir) sus estudios sobre historia y literatura. Y así, en una de sus cartas, critica con dureza el estilo de Feijoo: "Verdad es que si hubiera escrito de otro modo, no hubiera sido leído y estimado de tantos, porque son muy pocos los que entienden las cosas tratadas científicamente, y por eso, cuanto mejor es un libro, por la dificultad del asunto y delicado modo de tratarle, tantos menos lectores tiene".
Es decir, según Mayans los libros de Feijoo eran malos y por eso tenían muchos lectores. El erudito holandés Gerardo Meerman escribía a Mayans una carta que creo que resume a la perfección las ideas del erudito valenciano: "Sobre Benito Feijoo pienso como tu, varón esclarecido. Tuve en otro tiempo su Teatro crítico, pero después lo di a un amigo, porque nada encontraba en él que no estuviese sacado de los escritos de Malebranche, Locke, Newton y otros filósofos". ¡Bravo! Lo mismo se podría decir de las Cartas filosóficas de Voltaire. O del Espíritu de las leyes de Montesquieu. O de la Enciclopedia de Diderot y d"Alembert. En definitiva, tanto Mayans como Meerman acusan a Feijoo de tan sólo "divulgar" las ideas del empirismo, y hacerlo hacia un público amplio y diverso, con el deseo explícito de ilustrarlo y sacarlo de la ignorancia.
Por todo ello, no considero que Gregorio Mayans sea un ilustrado, como desde hace unos años se viene defendiendo. Ni tampoco creo que Cavanilles, Jorge Juan, Pérez Bayer, por citar los nombres más recurrentes, entren dentro de esa definición. Sin duda, son sabios, pero no por haber sido sabio en el siglo XVIII se es automáticamente ilustrado. Más ilustrado -a pesar de todo- me parece el padre Feijoo, cuyo Teatro crítico recuerda algunas de las obras de la Ilustración Francesa, entre ellas -¡ay!- el Diccionario filosófico de Voltaire. Y en este sentido, me alineo con la visión de Jean Sarrailh, que un su excelente libro La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII -tan criticado actualmente por el nacionalismo español-, ya acotó adecuadamente la débil influencia de la Ilustración en nuestro país.
Sea como sea, quizá sería interesante preguntarse si en ese intento que anima al gobierno valenciano de calificar de ilustrados a los que fueron nuestros eruditos del siglo XVIII, no se esconde más un deseo político que intelectual. ¿A qué viene esa nueva manía de ensalzar de repente la Ilustración valenciana? ¿Quizá porque casi toda ella residió en Madrid? ¿Y escribió en español? Sin embargo, Miguel Artola, en su libro Los afrancesados, afirma con contundencia: "Sin temor a pecar de exagerados, bien puede decirse que España no llegó a conocer siquiera el espíritu ilustrado". ¿Entonces, Valencia? ¿Y su museo?... Sí, hubo un solitario de Oliva, "ornamento y eximia gloria de España", varón esclarecido, muy devoto de la Inmaculada Concepción, a la que dedicó un estudio. Pero poco más, y no se imaginan cúanto, ¡cuánto!, lo siento.
Martí Domínguez es escritor.
http://www.elpais.com/articulo/Comunidad/Valenciana/MAYANS/_GREGORI/Eruditos/versus/ilustrados/elpepiespval/19991017elpval_4/Tes

A. «Pero, ¿qué es la Ilustración?» (Vicent Llombart, 31 d'octubre de 1999):

Todos los valencianos no reaccionarios estaríamos hoy en día encantados si Voltaire hubiera nacido en Valencia y Diderot en Alicante, o viceversa. Si David Hume y Adam Smith hubieran desarrollado sus teorías en el seno de una Escuela Histórica Alcoyana de Filosofía Moral. Si Cesare Beccaria y Ferdinando Galiani hubieran sido oriundos de Burriana y Villarreal, respectivamente. Y el colmo de nuestra alegría hubiera sido que Immanuel Kant -quien con agudeza formuló ya en 1784 una pregunta, Was ist Aufklärung?, tan difícil que desde entonces no ha dejado de provocar riadas de tinta- en lugar de recluirse en la ciudad entonces prusiana de Königsberg para escribir sus profundas Críticas filosóficas y éticas lo hubiera hecho en Oliva, acompañando en sus últimos años al más célebre solitario de esa población de La Safor: nuestro modesto Gregorio Mayans y Siscar. Incluso algunos reaccionarios valencianos podrían participar de tales sentimientos al anteponer a su ideología conservadora el orgullo (o quizá el interés) de contar con unos alejados antepasados ilustres que con el tiempo pasado ya no constituirían una real amenaza. Pero no sólo nos hubiera encantado a los valencianos, reaccionarios o no, sino también a catalanes, aragoneses, vascos, asturianos, gallegos... Y en general a los españoles, pues todos estarían bien gustosos de añadir ese plantel de grandes celebridades a la modesta galería local de personalidades de aquel siglo llamado de las luces, aunque en realidad fue de las luces, las penumbras y las tinieblas. Es cierto que en el conjunto de la España del siglo XVIII sólo surgió una figura de reconocido carácter universal, como fue el pintor de Fuendetodos: Francisco de Goya. ¿Pero el hecho de carecer de otras grandes celebridades universales significa que no se llegara a conocer un auténtico espíritu ilustrado entre los españoles? ¿Significa que en el País Valenciano no se superara el mero género erudito frente a otras experiencias españolas más ilustradas como la del padre Feijoo que desde Oviedo se ocupaba al menos de divulgar algunas luces europeas? ¿Pero qué es ilustración y qué es erudición?
Resulta un estimulante reto plantear en un periódico la discusión crítica de unas cuestiones generalmente relegadas a las revistas y libros especializados. Un género de debate intelectual que es necesario acometer tanto para recuperar la memoria del pasado como para saber con cierta perspectiva histórica donde estamos en el presente, y sobre todo para no comulgar con ruedas de molino. En esta ocasión, el mérito de sustraer estas cuestiones de los ámbitos especializados y de dar publicidad a su discrepancia con determinados planteamientos usuales en ellos corresponde al reconocido escritor Martí Domínguez, quien el 17 de octubre ofrecía desde estas páginas unas interesantes reflexiones críticas acerca de las Ilustraciones valenciana y española a propósito del reciente libro sobre Don Gregorio Mayans y Siscar del profesor y distinguido historiador Antonio Mestre.
Sapere aude! Tal fue el lema o más bien el grito de ánimo con que Kant respondió a su propia pregunta sobre la naturaleza de las luces. "Atrévete a pensar por tí mismo". Frente a cualquier tipo de dogmatismo, hay que tratar de elevar la propia razón crítica a único juez de la verdad, la justicia y la libertad. La Ilustración no era para el solitario de Königsberg sinónimo de posesión de conocimientos ni de brillantez literaria o científica; más bien consistía en una actitud, un modo de proceder que implicaba el uso progresivo de una racionalidad crítica en constante actividad, y nunca satisfecha del todo pues no podía olvidar la propia y constante autocrítica. Ahorraré al lector la referencia a la amplia y compleja serie de debates y revisiones conceptuales que especialmente en el campo de la filosofía ha estado generando hasta hoy el sugerente lema de Kant. Lema que en cierto sentido sigue en pie.
Sin embargo, para obtener una apreciación razonablemente aquilatada de las discrepancias planteadas por Martí Dominguez respecto a Antonio Mestre es preciso indicar que junto al enfoque teórico kantiano sería necesario considerar también los principales resultados alcanzados por la creciente investigación histórica sobre qué es lo que realmente ocurrió con las luces en los distintos países europeos; sobre los movimientos favorables y sobre las fuertes resistencias que se opusieron por toda Europa a la difusión de los valores ilustrados, incluyendo así en un análisis comparativo europeo los casos español y valenciano. Tarea que no deberíamos descartar para un futuro más o menos próximo. De no hacerlo, es posible que nunca superemos en nuestros debates el listón del caso particular, de la excesiva simpatía por el autor escogido, de la veneración sistemática hacia los paisanos frente a los forasteros o viceversa, del brillante pero poco argumentado tono despectivo generalizado, o de los simples gustos o intereses de cada cual. Creo que en ausencia de ese enfoque tentativo nunca lograríamos una discusión realmente ilustrativa, una valoración ilustrada en sentido kantiano, de la Ilustración valenciana y de sus relaciones con la española y la europea.
Otra cuestión que concede un interés adicional al asunto radica en la posible manipulación política actual del fenómeno de la Ilustración. Al respecto puede consultarse la sección correspondiente a los usos políticos de la historia y la entrevista a Giovanni Levi del primer número de la revista de pensamiento contemporáneo Pasajes.
Existe no obstante un caso no valenciano pero bien ilustrativo de manipulación ilegítima de la Ilustración que no puedo dejar de relatar. Si hay algún ministro o ministra del actual Gobierno español que no ha destacado por su espíritu ilustrado es el primer vicepresidente, quien entre otras conocidas actuaciones emprendió desde su nombramiento una dispendiosa e insistente tarea de apropiación de la figura del melancólico Jovellanos. Ante la sorpresa mayúscula de quienes conocían su vigorosa biografía, el ministro popular se presentó con tenacidad digna de superior empeño como heredero directo de Jovellanos; consiguió que se le concediera un premio bajo el nombre del ilustrado gijonés y llegó a organizar una magna exposición en 1998 sobre Jovellanos, ministro de Gracia y Justicia, en cuyo lujoso catálogo no se sonrojaba al escribir que don Gaspar fue el primer formulador de la teoría del centro reformista y él mero receptor y actualizador de su legado.
Sin embargo, lo peor que hubiera podido ocurrir con esa abusiva operación manipuladora es que en lugar de concentrar sus esfuerzos en denunciar críticamente al manipulador algún conocido escritor no reaccionario asturiano se hubiera dedicado a desacreditar al manipulado. Que se hubiera precipitado en negar el pan y la sal ilustradas a Jovellanos y a otros modestos ilustrados asturianos, relegándolos a la condición simple de eruditos. Erudición que por otra parte y para terminar fuera de ese ámbito viciado de las manipulaciones políticas me merece gran respeto y hasta un punto de admiración, tanto por su modestia como por ser condición necesaria para una Ilustración quizá moderada pero con vocación efectiva y duradera.

Vicent Llombart es catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad de Valencia. Vicent.Llombart@uv.es http://www.elpais.com/articulo/Comunidad/Valenciana/Ilustracion/elpepiespval/19991031elpval_2/Tes

2. «El nuevo Marañón» (Rafael Company i Marc Borràs, 1 de novembre de 1999):

Sin duda que uno de los más relevantes síntomas de eso que llamamos posmodernidad es la omnipresencia y voracidad de ese espacio público virtual conformado por los medios de comunicación. Una marabunta de letra impresa, una continua catarata de imágenes, una permanente migración de sonidos que se consumen ávidamente, y que son olvidados después con idéntica velocidad para seguir consumiendo más letra impresa, otras imágenes, nuevos sonidos. Lo dicen Vattimo y Lyotard, mucho más confusamente Braudillard y casi incomprensiblemente Virilio, aunque en realidad casi todo eso estaba dicho por Horkheimer y Adorno, allá por el 44, en su Dialéctica de la Ilustración. Título, por cierto, nada gratuito. De la Ilustración trataba el artículo que Martí Domínguez publicó el 17 de octubre en este diario. ¿Qué es la Ilustración? ¿Hubo Ilustración valenciana o, en general, española? El señor Domínguez reduce la cuestión a dos términos antitéticos (eruditos e ilustrados) y discute la adscripción a los segundos de Gregorio Mayans pero defiende la de Feijoo, aunque se inclina por "considerar" que ninguno de los valencianos merece tal calificativo y que, además, en España no hubo tal fenómeno. Para argumentarlo alude al carácter plúmbeo de los escritos de Mayans y lo contrapone con la delectable lectura del Teatro feijooniano. Del primero, además, sólo cita "sus biografías piadosas" y "sus cartas latinas" mientras que no tiene reparos en comparar la obra del segundo al Diccionario filosófico de Voltaire. Al fin, se pregunta "¿a qué viene esa nueva manía de ensalzar de repente la Ilustración valenciana?" y se interroga por Valencia "y su museo". El de la Ilustración, cabe suponer a tenor del contexto.
Nada nuevo, por otra parte. Querellas semejantes mantuvieron ocupado a otro don Gregorio -Marañón- mientras nuevos Sísifos como Menéndez Pidal, Sánchez-Albornoz o Madariaga se lanzaban argumentos a la cabeza intentando desentrañar la verdadera esencia hispánica, para lo cual no dudaban en entrar a mano armada en lo que alguien denominó la cacharrería de la historia. Quizá es que sólo tenemos lo que nos merecemos. Uno echa en falta algún sosia peninsular de Isaiah Berlin, A. C. Crombie o Carlo Ginzburg, pero parece ser que el batallón maximalista forma el grueso de nuestra tropa de historiadores de la cultura. Pero Domínguez -nuestro nuevo Marañón-, amén de votar por Feijoo en el debate de investidura ilustrada, se atreve con una logomaquia macanuda. Porque la de los nombres y las cosas es cuestión gruesa y difícil de contestar. Para todos menos para Domínguez, ahora reconvertido en tasador de pesos específicos históricos, que demuestra una inusitada y plausible facilidad para resolver de un audaz plumazo cuestiones de corte ontológico que tanto espacio metafísico han ocupado en la mente occidental. Porque la de la esencia es cuestión con una nutrida panoplia filosófica detrás: desde el arjé de los griegos al dasein heideggeriano, la cosa ha ocupado muchas horas y hojas en blanco hasta que el señor Domínguez llegó y encontró el noúmeno de la Ilustración detrás del fenómeno, pasando por encima de otras cualesquiera consideraciones, pues todo el mundo sabe que la cultura se mide en valores absolutos que no pagan el peaje de la realidad ni muerden el sucio polvo de las circunstancias históricas.
Tantas categóricas afirmaciones, además, contrastan con curiosos olvidos, pues nuestro preopinante, que no oblitera sus más pías obras, no hace mención a la Censura de historias fabulosas editada por Mayans, que tantas y tan enojosas consecuencias le deparó. Una obra donde se rebatían algunas leyendas piadosas sin base documental y otras especies, pábulos que sí mantenía Feijoo en su admirable vademécum. Pues olvida o desconoce nuestro nuevo Marañón que, si Mayans atacaba inflexiblemente al señor Feijoo, era precisamente por respetar infundios y supersticiones carentes del sostén de la razón y los datos. Pues el de Oliva estaba comprometido en la reforma de las prácticas religiosas de su época, y no era nada deísta y en absoluto ateo. Y si bien es evidente que nunca escribió ningún Tratado sobre la tolerancia, ni estableció las bases de ningún Contrato social, ni tampoco participó en ninguna Declaración de Independencia como la de los estadounidenses, a cambio tampoco tenemos que lamentar que fuese antisemita y homófobo como Voltaire, ni un misógino patriarcalista como Rousseau, ni que se viera en la necesidad de justificar la esclavitud, como Jefferson.
Fuese la hispánica una "ilustración de funcionarios", como la denomina Paul Ilie, o sea imposible aplicar el calificativo al sur de Europa, "que siguió siendo religioso, trágico, dionisíaco, moralista y bizantino", en palabras de J. M. Bermudo, lo más destacable del artículo del señor Domínguez es, sin lugar a dudas, el argumento a fortiori con el que cuestiona la congruencia de crear un museo dedicado a la Ilustración: dado que él considera que no hubo ilustración valenciana ni española, no debiera existir un museo dedicado a ella por estos lares. Olvida o quizá desconoce el señor Domínguez que ese museo sito en Valencia y auspiciado por su Diputación está dedicado a la Ilustración europea y genérica, en la que, ciertamente, nos hemos atrevido a incluir ese puñado de personajes valencianos e históricos indignos de merecer atributo tan alto. Un museo que incluso pretende dar a conocer y a valorar los signos más distintivos de ese movimiento, irregular y magmático, que hemos dado en llamar Ilustración y que inaugura la modernidad. O la inventa. Y cuyos planteamientos siguen estando vigentes, como demuestra el debate sobre la posmodernidad.
Porque se trata de signos y valores actuales y cotidianos (tolerancia, pluralismo, racionalismo, justicia social y un inagotable etc.) que no disfrutaron aquellos hombres mal o bien llamados ilustrados, pero que prefiguraron o, al menos, formularon su necesidad. Claro que igual los valencianos tampoco somos dignos de arrogarnos la posibilidad de buscar en nuestra rebotica histórica referentes cercanos, modernos y modernizadores que, en justicia histórica, no nos pertenecerían y, por tanto, tampoco debieran formar parte de nuestro futuro como sociedad. Quizá tan sólo merezcamos, por méritos históricos, reivindicar reyes feudales, escritores cuatrocentistas y edificios góticos como únicos santos patronos y señas de nuestro porvenir y futuro y jamás, por supuesto, a aquellos otros que abocetaron lo que ahora disfrutamos: unas condiciones de vida más justas y ventajosas. Pues el de la Ilustración también fue un movimiento con vocación reformista, aunque por supuesto ni Jovellanos ni Campomanes estarán a la altura de un Turgot o un Struensee, a juicio de nuestro preopinante.
O claro, también puede ser que el señor Domínguez desconociera estas intenciones de ese Museo de la Diputación. Entre otras cosas, porque nadie le pide a un opinante que esté informado ni que pierda el tiempo documentándose. Eso son cosas distintas. Tan distintas y distantes como el árido rictus cientista de Gregorio Mayans y la jovial algazara de risueñas palabras que se deslizan, pizpiretas y traviesas, por los ribetes ensayistas de la obra del señor Feijoo. Lo dicho, Marañón vive.
Rafael Company y Marc Borràs son coautores, junto a Boris Micka, del proyecto museológico y museográfico del Museu Valencià de la Il.lustració de la Diputación de Valencia.
http://www.elpais.com/articulo/Comunidad/Valenciana/MARANON/_GREGORIO/nuevo/Maranon/elpepuespval/19991101elpval_5/Tes


3. « "En algunas cosas, Cavanilles era un chorizo"» (Martí Domínguez entrevistat per Miquel Alberola, 23 de gener de 2000):

[...]

P. ¿En quién cree más en Joan Fuster o en Antonio José Cavanilles?
R. Cavanilles era un hombre de un egoismo desmesurado. Aquí se glorifica a Cavanilles sin saber quién era. Era una persona muy conflictiva, déspota en su trabajo y que no sólamente no echó una mano a otros botánicos cuando lo necesitaban, sino que les cogió muchas plantas y las describió en su nombre. En algunas cosas era un chorizo. Lo que ocurrre es que hizo un buen trabajo, Las observaciones, pero no es como para creer en él. Tampoco es que crea en Fuster, pero es leído y más interesante. Puedes aprender más con Fuster, porque un autor no es lo que te dice sino lo que te hace leer.
P. Quizá crea en Mayans.
R. Gregorio Mayans era un gran ilustrado, pero menos leído que Cavanilles.
P. ¿Los valencianos hemos tenido más ilustrados que Ilustración?
R. Ahora tenemos muchísimos. Más que cuando tocaba. Es la nueva epidemia. El ilustrado es aquel que tiene una clara vocación de ilustrar con su trabajo y sus obra a los demás, y no comunicarse en latín con un académico de Holanda. Ésta es la vocación de Diderot, de Rousseau y los hermanos ilustrados: llevar la ciencia y la literatura al pueblo contra el academicismo de los eruditos. Lo que ha ocurrido aquí es que hemos tenido una serie de eruditos, quizá no tan notables y más interesados en el politiqueo que en la cultura. Y no influyeron aquí en absoluto, aunque está bien que aquí se recuerde a los eruditos. Pero construir un Museo de la Ilustración en una ciudad que es prácticamente analfabeta parece un contrasentido. Sería más razonable que la casa del gran ilustrado, que fue Fuster, la reparasen e hiciesen un centro de cultura importante.

P. ¿Cómo se llevaron su abuelo y Fuster?
R. Mi abuelo era muy religioso, y eso lo alejó de Fuster. Fuster en muchos sentidos fue bueno para el país, pero en muchos otros, no. En cierto sentido, con sus riñas fisiológicas, es el causante de todo lo que ha pasado luego. Mi abuelo nunca toleró que escribiese en catalán oriental, porque creó mucha confusión. Pero pese a todo yo me considero fusteriano.
P. ¿Cómo valora el Museo de las Ciencias que se está construyendo?
R. Cuando estuve en Washington investigando en el centro de Smithsonia, uno de los directores de exposiciones me contó que unos valencianos habían estado allí para comprar todas las exposiciones, incluso las que ellos no querían exponer, para el Museo de las Ciencias. Eso es lo que no tiene sentido: un museo no tiene que venir de fuera sino salir desde dentro de la Universidad y de la sociedad. De lo contrario, siempre será una falla. Disneylandia pura.

http://www.elpais.com/articulo/Comunidad/Valenciana/DOMINGUEZ/_MARTI_/ESCRITOR/Marti/Dominguez/Escritor/algunas/cosas/Cavanilles/era/chorizo/elpepuespval/20000123elpval_21/Tes

B. «A favor de los hermanos Mayans?» (Ernest Lluch, 25 de juny de 2000):

Recientemente y de manera impensada han aparecido faltas de consideración a la obra de Gregorio Mayans y de su hermano Juan Antonio. El origen parece ser un libro, pienso poco valioso, de Sánchez-Blanco sobre la mentalidad ilustrada. Me parece que su base de partida es asegurar la pureza de la Ilustración desde un punto de vista cosmopolita. Punto de vista siempre interesante y que si se aplica con todo su rigor solamente llevaría a considerar en toda la península ibérica a la figura del pintor Goya, afirmación que ya sustentó en estas páginas Vicent Llombart, acompañada del recuerdo de que el aragonés no pudo sobrevivir en España por lo que tuvo que morar y morir en Burdeos. Algunos de los ilustrados que quisieron trabajar en el interior tuvieron, por tanto, que limitar sus posibilidades de pensar por su cuenta. Si me lee algún historiador podrá pensar, con toda razón, que me olvido del mejor historiador económico europeo del siglo XVIII, Antonio de Capmany. A Francisco Sánchez-Blanco, dentro del nacionalismo español, le ha parecido como tema relevante descalificar a Gregorio Mayans y situarle como una persona más anclada en el pasado que en el presente ilustrado. Atrevida afirmación que ha llevado a quien considera a su libro La mentalidad ilustrada como un "libro interesante" de que le falta "ilustración" y le sobra "erudición". Quien así lo hace, Martí Domínguez, no parece advertir que la erudición fue la principal arma de los ilustrados en el campo de la historia para luchar contra mitos y leyendas. Dado que en España no hubo Ilustración abstracta es normal que Mayans jugara un papel muy importante y que desde el centralismo ideológico se haya tendido a subvalorar su aportación así como los estudios de Mosén Mestre. En este sentido la actitud de Sánchez-Blanco es tan habitual que no merece grandes comentarios. Pese a ello hay que referir en que entre el nacionalismo español más moderado, como el que caracteriza a Juan Pablo Fusi, se le considere a la misma altura que Feijoo en la primera Ilustración en España. Atribuir la consideración de Mayans como una simple muestra de provincialismo como hacen Sánchez-Blanco y Domínguez no parece muy explicable en la España concreta.
Si lo parece si se tiene en cuenta que nunca citan al principal libro del citado Mosén Historia, fueros y actitudes políticas. Mayans y la historiografía del siglo XVIII publicado en 1970 y del que el rector Ruiz Torres me anuncia, con mi gozo, una próxima reedición. En este libro se muestra el claro federalismo austríaco del solitario de Oliva que, precisamente por esta causa era solitario, lo cual no es ninguna ventaja para trabajar. En 1765 Gregorio Mayans le escribe a un interlocutor que empieza "por rogar a Dios que de a V. S. espíritu de docilidad para que aprenda de un valenciano las verdades que no saben decir, ni conocen los castellanos porque quieren que todo el mundo se gobierne por sus ideas, por las cuales se han perdido a sí mismos y quieren perder a los demás". Aquí aparece una contradicción con el centralismo borbónico que para muchos entonces y ahora era contemplado como algo más avanzado y propio del despotismo ilustrado aunque a Don Gregorio, como a mí, nos parece más despotismo que ilustrado. El Reino de Valencia con sus Cortes abolidas por las armas en 1707 hubiera podido hacer una evolución con menos muertos y con una integral de más libertad como la que hizo Inglaterra o Holanda. Un camino francamente mejor que el que emprendieron a partir del centralismo despótico Francia, Prusia, Rusia y, !ay!, España. La dureza de Gregorio era considerable como nos recuerda el mismo Mosén Mestre al resucitar un texto suyo donde afirma que "los castellanos quieren quitarnos aún la memoria de nuestra antigua libertad: gente enemiga de todo el género humano". Si había limitaciones para todos los intelectuales, volvamos a Goya, si se pertenecía con orgullo a la antigua Corona de Aragón había una limitación adicional.
Recordemos con, ni más ni menos, Karl Marx que todos los liberales de estos años evocaban las "libertades antiguas". Juan Antonio Mayans era también muy claro. Dos citas: "Es observación de un hombre sensato que el Reino de Aragón es el que ha producido mayores hombres en España y que esta crianza se ha acabado con los Fueros" y "entre las instrucciones secretas que tenía el gobernador militar de Tarragona, que murió en Alicante, una de ellas era actuar contra el lenguaje del país". Alemany Peiró en un libro sobre Juan Antonio recuerda que para éste "los dialectos de la lengua lemosina son la catalana, valenciana y mallorquina. De todas las tres la más suave y agraciada es la valenciana y no me lo hace decir la pasión". Cuando hablamos de Ilustración hablamos de libertad y de libertad de lenguas.
Ernest Lluch es catedrático de Historia del Pensamiento Económico

http://www.elpais.com/articulo/Comunidad/Valenciana/favor/hermanos/Mayans/elpepiespval/20000625elpval_3/Tes

dissabte, 7 de febrer del 2009

Un homenatge (1). L'antic Museo del Libro, a la Biblioteca Nacional (Madrid).

Portada de la publicació de difusió de l'antic Museo del Libro, a la Biblioteca Nacional (Paseo de Recoletos, 20, Madrid): oberta el 1995, l'exposició permanent d'este museu constituïa una interessant aposta, i n'incloïa muntatges realitzats mitjançant la tècnica del sistema multimèdia de simulació hol·logràfica. En disposava de 7 sales:
1. La Biblioteca Nacional. La memoria del tiempo,
2. Los Soportes. Los soportes de la memoria,
3. La Escritura. El gran mapa de la escritura,
4. Edad Media. De los copistas a los impresores Siglo V a XV,
5. La Imprenta. La memoria impresa,
6. Edad Moderna. La memoria multiplicada Siglo XVI a XIX,
7. El Siglo XX. La memoria multidimensional.
Si n'hi hagué un nom unit a este museu va ser el d'Elena Luxán.
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Heus ací un comentari de l'època, parcialment malbaratat pel diari El País, i el necessari aclariment subsegüent:
TRIBUNA: MANUEL MARTÍNEZ CHICHARRO
Notable Museo del Libro
El País, 06/12/1995
La inauguración del Museo del Libro en el edificio de la Biblioteca Nacional es un acontecimiento cultural de primer orden que, en mi opinión, no ha sido suficientemente aireado ni valorado ante la opinión pública. En conjunto, vaya por delante, que el museo, además de ser una excelente iniciativa, está bien concebido y realizado, aunque no empiece ni termine bien: la sala inicial es desconcertante y puede ahuyentar visitantes ante la excesiva información existente sobre la Biblioteca Nacional, institución, por cierto, hasta el momento modélicamente discreta; como cierre, la sala del siglo XX no es pertinente y resulta pretenciosa y aburrida.
En realidad, el museo comienza con dos salas dedicadas a cuestiones conexas con el libro: los soportes de la información y la escritura. Ambos son temas atractivos, susceptibles de despertar el interés de cualquier visitante de cultura media, y la información ofrecida es abundante y está bien estudiada, aunque en mi opinión se podría mejorar el orden y la claridad expositiva. La sala de los códices medievales es, sin duda, la joya del museo, aunque tengamos que contentamos con las páginas expuestas, salvo en el caso de los dos maravillosos códices que cuentan con multimedia. El cambio periódico de ejemplares favorecerá mucho las visitas, además de contribuir a su buena conservación.
Si nuestros códices están a la misma altura artística -y en el caso de los pertenecientes a la órbita mozárabe, por encima- de los contemporáneos de cualquier otro país no sucede lo mismo con los libros impresos, que ocupan tres salas consecutivas (imprenta y edad moderna). Pero la pobreza técnica del libro impreso español -con excepciones, claro-, frente a los alemanes o los italianos, no impide el placer de poder ver las primeras ediciones de clásicos propios y ajenos y otras muchas. curiosidades expuestas.
En cuanto a la sala del siglo XX, un fallido juego intelectual más o menos inspirado en Borges sugiero que al menos en parte se destine a subsanar la notoria ausencia de información sobre cómo se hace un libro, combatiendo así el proverbial desprecio español hacia la técnica. Ver en pantalla los procedimientos artesanales y alguna otra información del multimedia sobre publicaciones periódicas es mucho más raro y menos claro que exponer unas formas tipográficas y calcográficas y sus correspondientes impresos. En lo relativo al offset, un juego de fotocromos, de pequeñas planchas y de gamas, junto con un somero texto serían suficientes para informar sobre el sistema con el que desde hace unas décadas se imprimen libros, sistemas que no merecen más atención al museo que un texto de 20 palabras en un multimedia.
Los multimedia realizados merecen un comentario especial. Son en general buenos -y algunos excelentes- en sus partes expositivas "serias", que afortunadamente son las mayoritarias, y no tan buenos cuando pretenden ser divertidos y recrear ambientes.
En el montaje indudablemente, se ha realizado un gran esfuerzo -incluido el económico- y se ha apostado por la modernidad, o posmodernidad, si aceptamos esta estúpida palabra . Hay paneles luminosos, simulaciones holográmicas, jueguecitos propios del pensamiento débil y supuestas interactividades mediante un toque de la pantalla del ordenador (no hay interactivadad, -es un engaño de los vendedores-, pero sí comodidad en la búsqueda de la información, lo que no es poco). Las indudables posibilidades de los multimedia están bien aprovechadas y permiten pasar las páginas del Beato de Facundo o contemplar la mano de un calígrafo trazando caracteres góticos o humanísticos, imágenes estas últimas, tan sobrias como fascinantes. Ahora bien, jueguecitos aparte, quede claro que lo que hay detrás de toda esta parafernalia es un sólido trabajo informático y esto es lo que merece resaltarse.
Finalmente, en el diseño decorativo, hay algún exceso esteticista (¿también posmodernidad?), aunque el conjunto esté conseguido. Me refiero, por ejemplo, a la dificultad de saber en qué especialidad están clasificadas las muestras tipográficas (48, demasiadas) que se exhiben en la sala de la imprenta (por tamaño y posición, los "diseñadísimos" rótulos son difíciles de localizar); o -y esto es más importante- a la dificultad de la lectura de los textos en negro sobre "bellísimos" fondos de colores no claros, máxime cuando los reflejos del cristal interpuesto perturban la visión (otro fallo, como era la inicial colaboración de fichas informativas con letras pequeñas a ras del suelo, se corrigió rápidamente).
Pero, volviendo al comienzo, todas estas objeciones, no impiden un juicio favorable del museo que, con deformación profesoral, califico de notable y que con algún retoque puede aspirar al sobresaliente. Un mundo nuevo, no muy grande, que merece la visita de madrileños y forasteros.
Manuel Martínez Chicharro es profesor asociado de la Facultad de Bellas Artes Madrid.
Precisiones sobre el Museo del Libro
El País
Manuel Martínez Chicharro. - Madrid. - 22/12/1995
En mi comentario del museo publicado en ese periódico el 6 de diciembre hay 11 cambios sobre el original que envié (dos folios). Agradezco una corrección y considero inocuas o simplemente molestas otras ocho correcciones y erratas, aunque sean tan considerables como cambiar colocación por consideración. Pero hay dos cambios que tergiversan gravemente el significado del texto. Uno consiste en una desgraciada errata, que me hace resaltar el sólido trabajo informático, por "informativo", cuando justamente lo que pretendía era resaltar que detrás de toda la parafernalia multimedia que tanto llama la atención hay un buen trabajo informativo. El otro cambio -supongo que corrección de estilo- no es menos desgraciado, pues introduce una discordia y una ambigüedad que llevará a muchos lectores a entender que a los sistemas de impresión sólo se les dedica en el museo un texto de 20 palabras, lo que no es cierto. Es al offset, al que se le presta tan poca atención, pese a ser el sistema en el que desde hace unas décadas se imprimen los libros, no "libros"; el artículo omitido es fundamental, para justificar mi crítica.-